Ahora que, después de un año, tenemos una propuesta final de Constitución con todas las imperfecciones y las utópicas ideas esperables de un grupo representativo de lo que es el país en este preciso momento, no está demás reflexionar acerca de las Constituciones anteriores que no tuvieron en cuenta otra cosa que la visión de las cosas propia de la aristocracia.
Es costumbre de las naciones (y cómo no, de los pueblos chicos que viven buscando parecerse a otros pueblos a penas un poquito más grandes) el dejar en manos de unos pocos los destinos de muchos. Comisiones de expertos, les llaman, especialistas jurídicos o la clase dirigente que dirige porque sabe y no como esa la tropa de fenómenos de circo que de tanto en tanto tiene la oportunidad de proponer una constitución nacida de las vivencias de los de a pie.
Doy por supuesto que cuando escribo fenómenos de circo estoy ironizando sobre aquello que resaltan los medios de comunicación (de los cuales todavía pienso que las lineas editoriales están muy alejadas de las conveniencias de aquellos casi anónimos que de pronto se ven enfrentados a la tarea de escribir y aprobar una constitución que fue redactada sin ayuda de "expertos" y por mandato de un pueblo que siempre intenta pero que casi nunca logra hacer que la democracia funcione a favor de aquellas mayorías que se informan a través de esos mismos medios de comunicación). Medios de comunicación que se ven forzados a hablar de una diversidad que lejos de reconocer, siempre les incomodó.
De no ser aprobada esta constitución que es incomoda a la vez que por primera vez diversa en su propuesta, no pasa nada. Si por nada entendemos volver atrás, como en aquellos juegos de mesa donde el resultado de los dados nos hacía caer en esos casilleros que gentilmente nos invitaban a retroceder algunos espacios en el juego. El problema es que se debe empezar de nuevo, devolverle el manejo del asunto a aquellos políticos y políticas que siendo muy pocos son los que acostumbramos a creer que saben cómo es que se deben hacer las cosas. Esto, insisto, no me parece tan terrible si obviamos cierto octubre donde se supone que un país despertó, los destrozos, saqueos, quemas y todo aquel caos que se supone precede y justifica a cualquier cambio en la Historia de los países.
Tuvimos suerte si nos detenemos a pensar cómo fue que llegamos hasta aquí. Otros países deben pagar un tributo en sangre bastante mayor al que aquí se pagó para tener la oportunidad de decidir por si mismos. Sabemos demasiado bien que eso de que la mayoría decida, nunca le gustó del todo a los poderosos. Solo les acomoda cuando aquella mayoría termina defendiendo el modelo económico que mal que mal, a la mayoría tanto le gusta. El país que habitamos y que con tanta facilidad se separa en extremos irreconciliables no por nada fue, desde el inicio de su independencia, el estudiante aventajado en materia arribismo social y político. Cientos de años después, se sigue desconfiando del que es distinto. Me he dado la oportunidad de leer más de una constitución y la propuestas de esta que hoy es materia de discusión, estigmatización y dudas en bien poco se aleja de aquellas que suelen escribir aquellos expertos tan añorados.
No hay mejor remedio que leer y hacerse un juicio propio, lo mio son simples reflexiones. Desde siempre se ha podido comprar a muy bajo costo los ejemplares de las Constituciones. Se pueden descargar de Internet sin mayores complicaciones y revisar en menos de una semana (las Constituciones difícilmente exceden las doscientas páginas). El asunto es informarse, atar cabos y tomar las decisiones que obedezcan a lo que nuestro sentido común nos dicte. Queda pendiente, por cierto, el ejercicio de entender que el principal valor de la democracia radica en que no pocas veces toca perder pero que aún así se debe resguardar la posibilidad de volver a votar para lograr, de vez en cuando, la posibilidad de que los postergados y las postergadas, los engañados y las engañadas puedan ser tomados en cuenta alguna vez.
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