La lluvia siempre me ha provocado emociones contrapuestas. Me gusta que llueva porque cuento con un techo, una manta si es que me da frio e incluso puedo acostarme y escuchar la lluvia que desde el calor del hogar se oye tan romántica. Por lo demás, mucho antes de la adolescencia, sé de quienes se mojan y no hayan un lugar tibio en el cual refugiarse. Sé de los gimnasios habilitados y de los niños y niñas que creen que cuando llueve todos nos mojamos. Esto que escribo justificadamente puede ser irritable para más de alguien, pero no puedo evitar pensarlo.
La sequía es un desastre natural, la caída de agua una necesidad para no pocos. Tras la lluvia viene la nieve en las zonas altas de las ciudades y no pocos celebran la posibilidad de aquellas postales invernales que el inconsciente añora sin saberlo. La nieve pocas veces llega a las zonas bajas, el frio siempre llega. El frio que se recibe en tantas partes quemando lo que se ha recogido en los basureros y no siempre abrigados de manera conveniente.
Andar resfriado, sanarse con una jarra de cerveza con limón, acurrucarse más que nunca a los perros que desde siempre acompañan. Imágenes que desde la comodidad de un cuarto dentro de una casa me es muy difícil no ver. Abrir la puerta, cruzar el limite de uno de aquellos portones que separan hoy en día a un pasaje de la calle principal resulta fácil. Constatar que todavía son demasiados aquellos que no caben en los albergues y otorgar que otros pudiendo no quisieron porque nunca les ha gustado que les digan lo que tienen que hacer o dejar de hacer.
La lluvia poco o nada tiene que ver con estas cosas. Llueve lo que tiene que llover, el frio siempre viene. El frio algunas veces nos despierta y reconocemos que es momento de agregar otra frazada a la cama. La cama que poco importa si está dentro de un cuarto en una casa o improvisada bajo los palos y los cartones en donde reconocerse humanos no es pecado. Quizás pensar en que mojarse, pasar frio es el precio que se tiene que pagar a cambio de aquella independencia que nunca conocerán otros que duermen más calentitos. Pensar en que los adultos en la calle son libres de elegir lo que quieren hacer con su humanidad. Pero no puedo dejar de pensar en que también a hay niños y niñas que muy temprano aprenden que el aclarar es una de tantas esperanzas que les traerá el mañana.
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