Cuando él y ella se miraron por primera vez...
nada sintieron el uno por la otra ni la otra por el uno.
Demasiado distintos:
Él, padre de tres hijos de distintas madres
Ella la hija ejemplar; el orgullo de su madre y de su padre.
No se habrían notado nunca en el grupo de no mediar
entre ellos aquella absurda soledad que les empujaba
a mirarse a pesar de no haber pensado nunca en verse.
Él toda belleza física, acostumbrado a los suspiros que
caían tras su paso.
Ella toda una vida de estudios, de esquemas mentales
que de bien poco le habían alcanzado para ser feliz.
Ambos con vidas muy propias, vidas que no tenían vértice
alguno de encuentro.
Lo que para él era el deporte por ser seleccionado de cierta
disciplina de elite, para ella era el doctorado que la hiciese
notar entre aquellos que nunca la habían notado.
En los encuentros de los olvidados se reencontraron varias
veces antes de sucumbir el uno en los brazos de la otra.
Renunciaron voluntariamente a sus respectivas soledades
a pesar de que él tenía hijos y ella un amor mucho menos
afectuoso y un perro que la extrañaba cuando no llegaba
al departamento.
Después de que se permitieron hacer eso que no se le aconseja
a los correctos, de haberse entregado a penas por un rato que,
según lo que siempre pensaron, era lo más seguro. Se encontraron
de vuelta en sus rutinas. Sin dejar de pensar que es lo que hubiese
resultado de seguir juntos.
No saben, pero lo presienten. Se miran, juguetean disimulados en
el grupo de abandonados que les permitió ser el uno de la otra sin
señalamiento alguno. No del todo convencidos de continuar sus
grises vidas de espaldas la una del otro. No cuando la vida es tan
corta, no cuando las metas están tan cerca.
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