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He visto muchas veces al niño Jesús en las calles. Aferrado al brazo de sus padres, aguardado a que alguien de la multitud les compre un chocolate o un parche curita para pagar el pesebre en que duermen por las noches.
Lo he visto más grandecito, sin camisa, tirando agua y jabón con una botella en los nublados parabrisas que eran y que son la pantalla a un mundo distinto, ofrecido debajo de los semáforos.
He visto a los reyes magos detenidos en una comisaria. Intentando explicar lo inexplicable. Decir sin ser escuchados que tener un color de piel y un habla distinta no les hace sospechosos ni menos culpables de los crímenes que no cometieron.
Seguí muchas estrellas fugaces que me llevaron a lugares cada vez menos distantes donde la navidad es apenas una noche de pena donde nunca hubo ni habrá paz porque los hombres y las mujeres de buena voluntad no se quedan jamás.
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Entregué y recibí regalos muchas veces. Me emborraché con el viejito pascuero y compartí con personas felices de estar todos juntos tras haber cenado. Preste atención a quienes estaban tristes o enojados y les otorgué la razón.
¿Qué más se le puede ofrecer a quienes no quieren la navidad? Las luces son un milagro en los rincones más olvidados, los villancicos una hiriente brisa de tristeza que desarma hasta al más fuerte.
He aprendido que en noche buena hasta el más solo se encuentra menos solo. Que una niña puede estar nerviosa de interrumpir a un imaginario viejo del saco que está demasiado ocupado entregando regalos como para ser molestado.
Aprendí de ella que sí se puede creer sin ver. Que la inocencia no tiene precio, que solamente lo barato se puede comprar con dinero. Aprendí que la alegría de los adultos termina siempre por ser la alegría de los niños y de las niñas.
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Ví a José y a María manteniendo a su niño calentito a la luz de una fogata. Al viejito pascuero mortificado por que no siempre los regalos los reciben los niños buenos. A los reyes magos perder el rumbo entre tanta gente comprando cosas sin valor.
Ví un árbol de navidad lleno de cerezas, una estrella de Belén anclada en el cielo de una de esas poblaciones en donde no llega la luz más que cuando los vecinos se cuelgan del tendido eléctrico.
Compartí un pedacito de pollo asado, un trozo de pan y un vaso de cola de mono con madres, hermanos y tíos que no sabía que yo tenía. Me habían dicho que se nace y que se muere solo pero sé que esta noche eso puede ser mentira.
Esta noche tiene algo de especial. El qué o el cómo depende de cada uno de nosotros y nosotras. Ví a Jesús niño en la basura sonriendo, adolescente bailando en las esquinas y viejo afirmado por el alcohol.
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