Mucha gente dice anhelar la libertad, mucha dice que los derechos se deben defender, que el amor incondicional, la valentía son actos que enaltecen la condición humana. Sin embargo, quien cree realmente esto que redacto, quien se atreve a intentar poner en práctica una sola de estas certezas, llevar estas ideas a actos resueltos, incluso hasta las últimas consecuencias, corre el serio riesgo de ser mirado con cierta incredulidad.
No es descabellado pensar que tenemos naturales impulsos hacia los actos negativos. Atreverse a reconocer que no pocas veces nuestro discurso público dista mucho de las certezas que nos abordan en privado. Nos estremecen las canciones, las películas que le hablan a nuestras ocultas valentías. Eleva nuestro ánimo el inspirado discurso y es tan largo el trecho que a veces tenemos que atravesar para que aquello que nos parece correcto pueda prevalecer, para que nos decidamos a quedarnos solos por defender lo indefendible.
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Conozco
a mucha gente que es consistente en palabras y actos. Lamentablemente también
conozco a demasiada gente que dice defender valores que no comprenden del todo,
gente que exige a otros aquello que no siempre están dispuestos a otorgar.
Ser consecuentes con aquellos valores que
decimos profesar no es algo que resulte particularmente fácil de realizar. Las
pruebas no son pocas, así como no son pocas las burlas y las intimidaciones. Es
mucha soledad a la que está destinado o destinada aquel que no traicione el
pensar que justifica sus actos. Es más fácil, más cuerdo y más lógico sumarse a
los otros, velar por las mutuas conveniencias e ignorar aquello que
persistentemente insiste en contrariarnos.
Sentir que la emoción nos redime en actos y
palabras, que no todo está perdido si podemos llorar todavía _ como dice la
canción Aquellas pequeñas cosas
de Joan Manuel Serrat _ cuando nadie nos ve.
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Muchos
son todavía los que pueden llorar ante lo injusto, ante el inexplicable
proceder de nuestra propia civilización. Pensamos, creemos de verdad en el
nunca más y sin embargo la historia que con sangre escribimos la volvemos a
escribir con sangre una y otra vez. Nos contradecimos, nos horrorizamos al
constatar de aquello de lo que hemos sido capaces. Por eso buscamos la paz, el
entendimiento cada cierto tiempo, pero nuestra memoria es tanto frágil como
caprichosa. Acostumbramos a repudiar aquello que les hacemos a los otros cuando
otro es quien lo hace.
El porvenir es auspicioso de ser posible.
Debemos al menos intentar perseverar en aquellos desinteresados pensamientos
que tras la emoción nos abordan. Tratar a los otros con respeto y veracidad. No
tener quienes celebren nuestras tropelías no puede ser tan malo si es calma lo
único que sentimos.
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