Hace rato que me vengo acordando de aquella vez en que el entrañable maestro Egidio Torres Contreras me dijo que no se podía ver claramente un hecho histórico sino con cincuenta años de distancia. Han pasado cincuenta años desde el golpe de estado en Chile y ya ve usted…las cosas no siempre se pueden ver más claras cuando no existe la suficiente lucidez para reconocer lo que, no cabe duda, ya es hora de reconocer. Han pasado cincuenta años y todavía hay quienes viven aferrados y aferradas a una idea del asunto que les divide de quienes piensan diferente, cuando lo esperable es que las ideas opuestas se pudiesen complementar. Parecen naturales las divisiones entre los seres humanos, necesarias para poder ser lo que pretendemos ser y al parecer nos estorba para ser de una vez en conjunto.
Un país no puede avanzar sin llegar a acuerdos, cosa que entienden muy bien los políticos y los empresarios. La democracia, aunque no es perfecta, debe ser cuidada sobre todo en aquellos países que han sufrido largas y crueles dictaduras. No es el gobierno del pueblo, a esta altura muy bien lo sabemos aquellos que la defendemos consientes de nuestras derrotas. Es el gobierno de la meritocracia que la mayoría ha elegido una y otra vez. Nunca en la historia la aprobación ha sido absoluta y en lo que respecta a los cincuenta años de aquel once de septiembre que nos cambió de golpe, para no pocos, todavía no es posible un punto de coincidencia.
La mayoría estamos en condiciones de reconocer que la Unidad Popular fue un proceso inconcluso, el desastre más desastre para quienes desde la independencia han entendido cómo es que se administra una república. Un sueño tornado en pesadilla para algunos y algunas que siguen soñando todavía con un modelo social, cultural y económico que en lo que respecta a los seres humanos reales, no resultó. Había caos, había y era tanto social como económico. Confrontados, una vez más, los hijos de una misma patria (no fue, en modo alguno, la primera ni la última; no está de más recordar la rivalidad entre carreristas y o’higginistas o el gobierno de José Manuel Balmaceda) pero al parecer, sigue siendo una división que nos parece infranqueable a aquellos que no buscamos la aprobación, manifiesta en votos, de quienes no han alcanzado, todavía, aquella lucidez de la que hablaba varias líneas arriba de este texto.
La mayoría también puede entender que los diecisiete años de gobierno militar de democráticos tuvieron muy poco. Que el costo en vidas humanas, en violencia y pobreza fue muy alto como para justificar un progreso económico que, por cierto, sólo fue progreso para unos cuántos. Que el orden jamás debe ser una consecuencia del miedo y que, así como hay muchos que desautorizan a aquellos que no vivimos los años de la Unidad Popular no está de más escuchar a quienes fuimos niños y niñas durante la dictadura militar. No sólo niños y niñas normalizamos el vivir en países distintos dentro de un mismo territorio nacional en aquellos años; algunos jóvenes, adultos y ancianos se autoconvencieron de que era un destino manifiesto. Tu lugar de nacimiento te define y esa es una verdad que cincuenta años después sigue siendo tan verdad a pesar de la claridad que nos hemos negado a nosotros mismos.
Chile, a pesar de los sacudones que le ha dado su historia, sigue siendo un país profundamente desigual. Comprendo a aquellos que logran ver el vaso medio lleno, incluso yo logro verlo, pero negar que hay una mitad que está medio vacía es relegar a ser ignorados, y no pocas veces olvidados, a una cantidad importante de personas que no han logrado todavía los bienes básicos de un modelo económico que no cabe duda es muy engañoso. Quienes han accedido a algunos bienes materiales es esperable que sostengan que la pobreza es menor en comparación con el pasado y que piensen que ese milagro económico es resultado de la dictadura. Son los mismos que piensan que la delincuencia está fuera de control y que si volvieran los militares la cosa sería muy distinta. ¿Falta de información o de sensibilidad? El hecho es que hay quienes, cincuenta años después, piensan así. Ha quienes se les nota el odio por que hoy están en desventaja. Los hechos están a la vista de cualquiera que quiera verlos. No quererlos ver es ya una elección personal.
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