Tsotsi es una chapa. David no quiere que nadie sepa nada de un pasado que ha bloqueado para poder sobrevivir y que va recuperando paulatinamente al tener que hacerse responsable de alguien que en verdad le necesita (un bebé que llora, siente hambre y ensucia pañales). Este muchacho que no hace mucho fue un niño de la calle, que dormía en un potrero junto a otros niños y que ahora vive en una de las tantas casas prefabricadas, en ese mismo potrero donde siguen viviendo y durmiendo niños y niñas sin cuidado de adulto alguno, se había convertido en el líder de una cruel banda de inadaptados y ya no puede seguir siéndolo; principalmente porque descubre que él también necesita ser ayudado a cambiar, con ese propósito elige a su vecina. Pero ella, sabia y moderada (como seguramente nos sentimos la mayoría de nosotros mientras miramos la película) lo impulsa a hacer lo que es correcto por sobre lo que al redimido delincuente le haría feliz. La manera en que la película representa a la policía es mala, a las clase altas las retrata un poco mejor. Una vez llegado a los minutos finales de la película sentí ansiedad con respecto a la manera en que podría terminar este breve cuento (un poco más de una hora y media) moralizante. Ya dije que tiene un final feliz. No es siempre, en la vida real, este el desenlace pero en lo que dura el cuento da bastante en qué pensar.
Esta es una de esas películas que dejan tranquilos a quienes ven en los finales felices un reparador bálsamo a los grasientos y desagradables finales que la mayor parte del tiempo, en la vida real se dan. El haber recibido el premio Oscar 2005 a la mejor película extranjera cierra con broche de oro cualquier tipo de discusión con respecto de hasta dónde puede llegar una denuncia social de este tipo. A mí la primera parte de la película me estremeció. Sucumbí al humano rechazo que se puede llegar a sentir por esos delincuentes jóvenes, que sin escrúpulo alguno, hacen y deshacen en las ciudades del mundo civilizado. En la medida que avanzaba la trama, como seguramente lo esperaban el director Anthol Fugard, ese malestar con respecto al actuar de Tsotsi (un notable Presley Chweneyagae) se va transformando en un afecto que nos empuja a esperar lo mejor para un personaje que en un principio es detestable y que va adquiriendo ciertas sensibilidades no exploradas al descubrir a un bebé en un auto robado tras balear a una mujer y a una vecina (Terry Pheto; otro de los puntos más altos de la película) que ha quedado viuda y a cargo de otro bebé. ambos comparte las miserias propias de aquellos lugares donde se entierra a quienes, históricamente para las sociedades civilizadas, no son nadie. La manera con que enfocan esas carencias son las que hacen la diferencia.
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