Ludwig van Beethoven es un nombre capital de la cultura popular. Su música está presente en el inconsciente colectivo gracias a innumerables películas y series de televisión. Su imagen despeinada y su genialidad que la mayoría sabe que terminó por imponerse a una progresiva sordera que no fue sino una de las complejas situaciones médicas que le afectaron a lo largo de su vida. Sufría, además, de no pocas complicaciones de salud atribuidas al exceso de plomo en su organismo y sin embargo es autor de una variada obra musical en variados géneros. Combinó instrumentos musicales de manera lo mismo creativa que provocativa para la época en que le tocó vivir. Conciertos, una opera, variadas obras vocales y dos misas son, a penas parte del gran legado que ha fascinado por igual a músicos en particular y admiradores de la música en general desde hace casi dos siglos y medios.
Este año 2024 es el año del bicentenario de su Novena Sinfonía; cúspide de más de veinte años componiendo lo que es un desafío mayor y un honor, ¿Cómo no? para cualquier orquesta del mundo. Las he estado escuchando durante las últimas dos semanas en la interpretación de West -Eastern Divan Orchestra dirigida por Daniel Barenboim (Royal Albert Hall de Londres; año 2012). Lento, disfrutándolas una a una; sin pretensión alguna de comprender más allá de sentir la música. Sé muy poco de música docta; como la mayoría conozco desde siempre la primera parte de la Sinfonía N° 5 y adoro la Sonata Claro de luna en lo que respecta a Beethoven, muy poco de Mozart, además de las Cuatro estaciones de Vivaldi pero hace mucho que tenía ganas de dedicarle tiempo a "la obra mayor" del musico de Bonn.
Desde la Primera, las Sinfonías de Beethoven son un deleite. Sorpresivas, festivas o reflexivas, un deleite para cualquiera que se otorgue el tiempo de escucharlas. A quienes piensan que hay algo superior en las que corresponden a los números nones (1, 3, 5, 7 y 9) y más de algo de razón se les puede conceder; pero lo que es yo, no soy capaz de sobreponerme ni siquiera a las pares...las nueve sinfonías me gustaron por igual. Estoy de acuerdo en lo sublimes que pueden ser comparadas unas en relación a otras y puedo entender que estas nueve maravillas son evidencia de la madurez musical de un genio de la música. Estas sinfonías que tanto disfruté son el resultado de la dedicación, el trabajo y la genialidad de un cuerpo a cada año más atormentado. Sin embargo el cierre nos sitúa por todo lo alto. Después de haber deambulado oníricamente, de habernos confundido en un plano musical difícil de explicar a lo largo de las ocho sinfonías anteriores, es la novena la que nos regala una reinterpretación de la Oda de la alegría de Friedrich von Schiller y también la mayoría hemos escuchado más de alguna vez.
En la interpretación que yo elegí las (os) intérpretes Anna Samuil (soprano), Waltraud Meier (mezzo soprano), Michael Köning (tenor) y René Pape (bajo) se suman a la ejecución impecable de una orquesta (la mencionada West- Eastern Divan) que reforzada por la National Youth Choir de Gran Bretaña (coro) se constituyen en un broche de oro para estas dos semanas en las que el reposo a los caóticos días del moderno vivir se constituyó en una hora de excelsa música al finalizar de no pocos de esos días en que el cansancio (y no pocas veces el fastidio) de las responsabilidades por cumplir parecieran arrebatarnos eso que llamamos sensibilidad algunos.
Hay tantas maneras de participar de esta fiesta de los sentidos que cumple los doscientos años. Hoy los medios audiovisuales, esos medios que masivos a la vez que diversos, ponen a nuestra disposición la cultura que a todos pertenece y tan pocos reclaman. No se trata de volverse tontos graves, lejos estamos del esnobismo que busca dar algún tipo de catedra acerca de lo que es y no es ser cultos; esta celebración tiene mucho más que ver con nuestra sensibilidad no pocas veces tan descuidada.
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