Encontré en aquella esquina que no visitaban las compañeras y compañeros exitosos del liceo a Beatriz y a Cristina quienes me ofrecieron por primera vez el enigma de las mujeres que no tienen miedo a ser ellas mismas. Allí estaban, aparentemente sin precisar de nadie, seguras pero solas como solos estábamos Andrés y yo. Les frecuentábamos de vez en cuando…Andrés enamorado y yo enamorado de otras muchachas distintas, muy distintas de las dos pensadoras que sabias, nos oían hablar de penas de amores.
Beatriz
tenía su propia historia de amor, extraña… pero historia de amor al fin y al
cabo (cosa de la cual ninguno de los otros tres podíamos presumir). Yo miraba a
veces a quien ella decía amar y palabra que algo no me calzaba. Ella era como
nosotros; es decir de aquellos y aquellas que parecen destinados a estar solos,
sin embargo, aseguraba que él que claramente había nacido para moverse entre
triunfadores en verdad la amaba.
Observaba a esta adolescente que me parecía
resuelta como muy pocas y muy pocos, la escuchaba hablar de la obligación que
tenemos quienes amamos de ser felices; la admiré porque ella parecía serlo,
aunque una gran sombra cubría mi sola idea de intentarlo. Beatriz abrió
en mi mundo la edad de las mujeres que me dejaron sin palabras, la de aquellas
enormes gigantes que, aunque bajitas podían en sólo un par de palabras desarmar
cualquier discurso de aquellos que los hombres pretenciosamente intentamos urdir.
Comencé a llamarle la compañerita de
puro sentimental e idiota pues era mucho para mí. Para hacer que este relato
sea completamente sincero, tengo que reconocer que a aquellas alturas estaba
totalmente enamorado de ella…de ella que tenía su propia historia de amor, de
ella que la tuvo antes de conocerme e intentó mantenerla incluso décadas
después de conocernos.
Cristina por
otra parte estudió como pocas para sobresalir en la enseñanza media, se
permitió crecer más allá de sus propios temores; cursó estudios superiores y se
condescendió ir mucho más allá de lo que le presagiaban sus propios temores;
amó, fue amada y tuvo una hija.
Beatriz
y Cristina inauguraron para mí el misterio de lo que sin decirse
persiste en el aire. Me contaron incluso antes de ellas saberlo que hay mujeres
que son distintas a lo que muchos todavía aseguran que las mujeres son.
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