No deja de ser extraño que el regalo que más recuerdo de cuando era niño sea un carretón. Que ese carretón lo haya hecho para mí un hombre que muy pocas veces tenía trabajo y que, el regalo, haya sido yo quien lo hubiese pedido con la finalidad de que se me hiciera mucho más fácil traer algo que ayudara a parar la olla.
Anduve varios años empujando o tironeando ese vehículo que funcionaba con
un motor con dos desnutridos pistones. Lo cargaba con bolsas, cartones, diarios
viejos o botellas que, por entonces, hacían más fácil conseguir el sustento y
cambiar todas aquellas cosas que la gente me daba, por algunas monedas que me
otorgaron cierta independencia.
Éramos varios los que, de pantalones cortos, manejábamos nuestros
vehículos rumbo a las ferias para ayudar a las caseras que nos aguardaban,
maternales, para que les ayudáramos con las compras. Los vendedores también nos
esperaban con encargos y con baldes que había que llenar con agua para lavar
las verduras que estaban sucias. Algunas veces, a ellos mismos, les vendíamos
los diarios que nos daban las caseras para que envolvieran los productos que
ofrecían. Cargábamos sacos o nos llevábamos las frutas y las verduras que, ya
siendo bien tarde, no se habían vendido.
Ninguno de nosotros era demasiado grande y aunque me acuerdo que había
uno que otro adulto que tenía la mente de un niño y que tiraban sus propios
carretones, a nosotros no nos iba mal. Incluso cuando el dinero era escaso no
nos faltaba trabajo y, mientras los estudios lo permitían, no nos faltó nunca
algo para llevar a la casa.
Muchos de aquellos niños crecimos amarrados a los carretones y de
alguna forma supimos que, aunque ganábamos dinero, teníamos que estudiar para
ganar algo más que algunas monedas. Muchos de nosotros podíamos elegir. Los
años por venir traerían responsabilidades mucho más grandes y desafíos de los
que nunca nos cansamos; aunque no siempre tuvimos ánimo para andar reparando
desperfectos. A veces eran los de los carretones, que se arreglaban fácil;
otras veces eran los de los adultos que nos mandaban a trabajar. Esos
desperfectos nunca los pudimos arreglar.
Comentarios
Publicar un comentario