No nací un día allí sencillamente, el viejo puerto me recibió al atardecer, me abrazo la brisa marina y por los ojos se prolongaron los cerros y sus escaleras. Por entonces no conocía la canción del Gitano Rodríguez; no imaginaba siquiera que volvería tantas veces, que caminaría sus costas y pasaría horas mirando las luces que le adornan por las noches. La primera vez lo recorrí tomado de las manos de mi madre y de una de mis hermanas, por entonces eramos todos muy niños. Cuando volví ya casi un adolescente, busque el mercado para no sentirme ajeno, intentando tal vez crear un lazo entre el lugar que más familiar me resultaba en la capital con este que sería mi destino por elección. Decidido me senté a una mesa, pedí merluza frita y ensaladas, la atención fue una de las más lentas que recuerdo y sin embargo aquella espera no melló en lo más mínimo mi fascinación por las gentes. Había ahí rostros y lenguas de variados sonidos y colores, por entre las mesas algunos cantores de boleros, mucha gente y en ese momento yo, el único solo.
Pero no es el puerto un lugar para navegarlo solo; cómo podría imaginar que volvería un día anclado a otra mano, que subiría a botes y después de años descubriría el lado romántico del mar, que abrazaría el amor viendo esa postal tan manoseada que resulta ser la puesta de sol, que los boleros me harían sentido incluso más allá de la canción contestataria. Como podría haber siquiera soñado que volvería a sus noches para besar y que habitaría por breves momentos la humildad de aquellas casas que cuelgan de los cerros. No había forma que el melancólico caminante pudiese saber que la helada brisa poco importaría abrigado en un abrazo, o que los miradores tienen escaños donde transcurre tan de prisa el tiempo.
El agua nos lavó las penas, la arena borró las huellas de nuestros heridos pasos. Ella como yo había llorado mucho y el invierno del puerto que tan solo un día conocimos, nos recordó que la lluvia en los puertos se asemeja a la desolación de aquellos que se han sentido solos. Sin embargo esa lluvia está enmarcada de colores que es imposible ver entre el cemento. En esas playas duermen botes y redes independientes del sol y de la lluvia, congelados frente al mar esperando quién sabe qué igual como yo esperé tantas veces.
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