En aquellos años, muchos eran los que cantaban historias de amor. Público que las escuchara, también había mucho; las radios no hacían sino programar una y mil veces estas historias que dirigidas como estaban, a todos aquellos que soñaban con un gran amor, gustaban y se quedaron para siempre. Recuerdo que más de alguien me dijo que de todos aquellos contadores de historias de amor, Leonardo Favio era el más varonil; cosa curiosa pues el gran director de cine argentino había comenzado a cantar con un fin más bien tierno; el de homenajear aquellos sentimientos que a él le había llevado antes a dirigir y producir sus películas.
Fuiste mía un verano fue el primer disco que le otorgo éxito en el aspecto musical, luego grabó un segundo disco, pero éste que nombro, aparecido en 1968, traía la mayoría de las canciones que hicieron de este maravilloso ser humano un inmortal de la música romántica latinoamericana. Las canciones son simples; las interpretaciones son las que salen de todo lo conocido hasta entonces. Parece que el artista estuviese siempre cantando entre amigos, como si las cosas que cantara no fueran más que simples anécdotas que no buscan la grandeza y sin embargo son enormes. Grandeza que complicó más de la cuenta al introvertido artista que se retiraba del canto cada cierto tiempo para poder seguir haciendo las películas que soñaba.
Para quienes conocen del repertorio del artista quizás está un tanto de más escribir impresiones acerca de canciones como Así es Carolita, Amanecer y la espera, Ni el clavel ni la rosa o Para saber como es la soledad, baste decir que la íntimamente tierna interpretación de las primeras y el dramatismo puesta en la tercera dan fe de lo que a mi gusto otorgaba un estilo único e irrepetible en las interpretaciones de un compositor que sabía de sensibilidad mucho más allá de lo que comercialmente puede llegar a ser un éxito. En síntesis, un disco que no morirá nunca pues es el claro resultado de un hombre que no hizo sino cantar sentimientos honestos.
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