Si bien es cierto, que antes de esta película, el director japones Akira Kurosawa era bastamente conocido por sus películas de samurais, no fue hasta Dersu Uzala que el público en general y los especialistas en particular, tuvieron la certeza de que Kurosawa era un genuino maestro.
Había filmado muchos dramas humanos antes (entre los que sobresale muy merecidamente la película Vivir), era venerado por su aporte a la imagenería del western en lo que respecta a héroes solitarios e historias de pueblos que deben superar su propia cobardía tratan y en esta obra, filmada en lo que por entonces se pensó sus horas bajas, re-descubrimos al hábil contador de historias nobles.
Siberia, a comienzos del siglo XX; un oficial ruso (Yuri Solomin) debe realizar una expedición cartográfica a tierras salvajes; es contactado un viejo guía (Maksim Munzuk) para que vaya con la expedición. El que para la mayoría de los hombres es un personaje simpático, para el oficial, se vuelve un ejemplo de vida.
Es esta una de aquellas película en que estamos ante la vulnerabilidad de los seres humanos frente a la basta naturaleza. Somos testigos de como una vida sencilla puede ser gravitante al momento de resguardar otras vidas aparentemente mucho más importantes y civilizadas. Esta llena de detalles que el espectador poco a poco debe recolectar. El oficial vuelve varios años después a terminar aquello que no pudo terminar en su primera expedición y se encuentra con un Dersu Uzala distinto; ahora puede devolverle los gestos de solidaridad que recibió por parte del viejo, puede intentarlo al menos, pero las cosas no siempre son como uno quisiera.
Una obra de profunda belleza que fue reconocida con cierto premio muy famoso que no siempre acierta en su elección de la mejor película extranjera; pero que en el caso de esta coproducción japonesa-rusa estuvo más que acertado.
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