Encontré una vieja guía de despacho que usé para copiar en ella un libro de poemas cuando era adolescente. Me emociono volver a ver aquellas hojas manchadas, recordar las tardes en que transcribía aquellos versos que pretendía leer en otros momentos. El libro no era mio y de ningún modo me lo regalarían. Se llama Los Titanes de la Poesía Universal y fue publicado por ediciones Anaconda en Buenos Aires, el año 1944. Me enamoré de las palabras de Delmira Agustini, Miguel A. Camino, Federico García Lorca, Juana de Ibarbourou, Amado Nervo y Alfonsina Storni; por nombrar solo a algunos y algunas.
La mayoría de los poemas que escribí son tristes y hay uno que otro que deja entrever un asomo de ternura esencial para mi los momentos en que los trascribí en la vieja guía de despacho. Me emociona volver a leerlos después de tantos años, aunque no fue la primera ni la única vez que trascribí poemas en donde me fuera posible; me acuerdo que en un cuaderno trascribí el libro Canciones de García Lorca completito (años después se lo regalé a una mujer a la que le gustaban mucho más que a mí los poemas del enorme Bardo español) y ni que decir la de páginas de agendas que llene con párrafos de libros que iba leyendo a través de los años y que no eran míos.
Soy de la generación que no rayaba los libros subrayando las ideas fuerzas o lo que después quería recordar; los libros por norma no eran míos pero los necesitaba tanto o más que a los chalecos que me guardaban del frío. Por eso me emociona encontrar estos escritos que aunque son de mi puño y letra nunca me pertenecieron ni me pertenecen; son libros repletos de poemas que uno en verdad quiere volver a leer, reflexiones y expresiones de sentimientos que no se ven en lo más mínimo afectadas por el paso del tiempo. Me emocionan estos escritos sobre todo ahora que los tiempos son otros y que aunque parezca una gracioso... tengo más libros que chalecos.
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