De Isao Takahata puedo escribir que dos de sus inmortales obras traen ecos muy lindos de la que fue una gris infancia; me sentí fascinado por los dibujos y las historias de Heidi (1974) y Marco (1976) muchísimos años antes de relacionarlos con Johanna Spyri y Edmondo De Amici, autores de los libros en que se había inspirado el maravilloso dibujante japonés. Pasé no pocas tardes mirando aquellos dibujos animados en blanco y negro porque antes no eran tan fácil como ahora ver televisión a color. Esa ya es razón suficiente para ofrecer un homenaje a este niño grande que marcó la infancia de tantos niños que tampoco hemos envejecido del todo. Sin embargo, el golpe al corazón más significativo lo recibí ya bien grande; cuando buscaba visiones que pudiesen equilibrar los dogmas históricos que cargamos en occidente; escribo de cuando me encontré con La tumba de las luciérnagas (1988) una película que determinó mucho en mi forma de pensar; considerada una de las películas más tristes de la historia del cine (real o de animación indistintamente) es una obra mayor, una historia que es seguro quien la vea, por muchos años recordará.
Varios años después, ya siendo padre de una niña y habiendo intentado criarla lo más libre pensante posible, vi El cuento de la princesa Kaguya (2013); todavía no me puedo recuperar de la belleza tanto estética como filosófica de una historia que, muy al estilo Takahata, no termina de la manera que quisiéramos pero nos deja un sabor reconfortante en lo que respecta a la educación de tantas niñas que tan solo esperan poder vivir la vida que quieren vivir y no tener que verse prisioneras de las tradiciones o la felicidad de quienes saben muy poco de ser ellos y ellas mismas.
Estos son solo algunos de los motivos que a meritan detenerme un momento y recordar cuando era niño, volver asentir cuando me sentí frágil estando apenas frente a un fragmento de la obra de un hombre tan sabio y humilde como suelen ser los verdaderos artistas (al menos los que valen la pena). Ojala más personas se acerquen a la obra de quién a partido dejando tan bello y profundo legado tras de si; lo que es yo, la apreciaré para siempre.
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