Ésta es tal vez una de las contadas ocasiones en que la película es mejor que el libro. Parece no haber demasiado animo para la discusión, al menos para aquellos que por sentirse entendidos, no dan espacio a discusiones. Sin embargo, el debate, el enfrentamiento de pareceres o de percepciones inevitablemente terminan por favorecer a cualquier obra y otorgarle razones tanto a los defensores del cuento original como a la mítica película a la que en esta entrada me refiero.
El texto original es de un superventas indiscutido, Stephen King, quien se atreve a discutir que este escritor no es un rey Midas de las historias que han dado origen a algunas de las películas más exitosas de los últimos cuarenta años. La película de un genio conocido como Stanley Kubrick, cerebro detrás de algunas de las mejores películas de la historia. No existe comunión entre las sensibilidades y los propósitos de los dos creadores; y eso no hace sino hacer más interesantes los comentarios.
La historia va de un escritor que pasa por una sequía creativa y que consigue un empleo de invierno cuidando un antiguo hotel donde se muda junto a su esposa y su pequeño hijo. El hotel guarda secretos que sólo se revelan a quienes tengan una determinada sensibilidad que poco a poco irán desarrollando cada uno de los integrantes de la familia. La película hunde literalmente a sus personajes y al espectador en un ambiente asfixiante. El perfeccionismo de Kubrick nos deleita una vez más con su uso de las cámaras y la música, con un montaje que nos inquieta a la vez que nos fascina.
Es una película de terror validada y reconocida lo mismo por la critica que por los amantes del terror clásico (no siempre por los que confunden miedo con asco y curiosamente tampoco de Stephen King que años después produjo una miniserie más apegada a su sensibilidad creativa); repleta de mitos que han sido exageradamente alimentados por las nuevas generaciones. Mucho más allá de ellos, una experiencia inolvidable, una invitación a uno de los momentos cumbres del séptimo arte interpretado, al borde de la locura, por un inspiradísimo grupo de actores encabezados por aquel ciclón de los años setenta y ochenta llamado Jack Nicholson y aquella inquietante maravilla llamada Shelley Duvall.
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