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La edad perfecta para ser

   


 Desde siempre me ha llamado la atención el que haya que tener cierta edad para hacer ciertas cosas, el que la infancia, la juventud y la adultez deban obedecer a rangos de edad habida cuenta de que la vida es y ha sido siempre una loca de remate. Mozart ya era un genio a los ocho años...¿y qué? tal o cuál mujer se había casado, tenía hijos y un interesante grupo de bienes materiales a los veinticinco...¿y qué?. Juan Pérez, cualquier Juan Pérez, quería ver el mundo con simpleza, sin la medida ambición que se recomienda se ha de tener después de los treinta años y poco a poco, aquello que llaman progreso le fue dejando atrás...una vez más ¿y qué?.

Una persona no ha empezado ni terminado nada hasta que lo decide; poco o nada tiene que decir aquel infundado obstáculo llamado edad. En los tiempos en que nos ha sido dado vivir, los niños suelen ser sabios antes que los adultos y los adultos cada vez parecen más prisioneros de todo aquello que se suponen deben ser. Terminada cualquier etapa, poco es lo que tiene que decir lo que empieza o termina la mayoría de la gente; pienso en una adolescente que recién egresada de la enseñanza media se ve presionada a saber qué es lo que va a estudiar en la universidad, en las y los adultos mayores que, las mejoras en salud de por medio, tienen la posibilidad de vivir más y deben lidiar con aquello de las primera, la segunda y la tercera edad al momento de pretender hacer algo con toda la vida que les queda por delante.

Decidirse a escribir, pintar, viajar; a ser aquello que siempre supimos que queríamos ser o que éramos, muy en contra de la corriente social que busca aclarar que se debe tener cierta edad para ser o dejar de ser algo, es un ejercicio de amor propio que poco o nada debiese basarse en las experiencias o los tiempos que los otros o las otras precisaron para ser. En el caso que hayan podido ser, porque cuántos y cuántas caminan a nuestro alrededor sin lograr ser más que aquello que los demás esperan que sean. Vaya dilema en el que nos estamos metiendo pues esto de ser quienes queremos ser puede estar sujeto al error ¿por qué no? si en equivocarse se haya el verdadero secreto de acércanos alguna vez a hacer las cosas bien. Ensayo y error que le llaman; no obstante sigue siendo más interesante arrepentirse de aquello que se hizo que de aquello que se dejo sin hacer 

  

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