Temprano, rumbo a las ferias con mi carretón acostumbraba encontrar pajaritos muertos. No tengo idea si los mataban, si se morían solos o qué; el hecho es que me detenía un momento apegando mi carretón a una orilla del camino para recogerlos y buscar un lugar donde darles sepultura. Nunca me gustó ver cadáveres de pájaros a medio devorar por los gatos, razón más que suficiente para querer enterrarlos y continuar mi camino.
No fue la única vez que tuve que enterrar
animales; alguna vez hube de darle sepultura en el patio de la casa de sus
dueñas a un perro siberiano casi de mi porte que había muerto de viejo tras
muchos años de darles compañía.
Debo confesar que cada vez que oficié de
sepulturero dirigí sentidas palabras a los difuntos. Nunca me pregunté por qué
lo hacía, pero lo hacía cuando era niño y no tenía prejuicio alguno; los
animales siempre me gustaron y me inspiraron gran respeto: puede ser que no
hubiese superado entonces el haber asesinado alguna vez a un pollito.
Comentarios
Publicar un comentario