Marianela tardó en sucumbir a los supuestos encantos de Lalo. Él, hombre muy seguro de si mismo; ella, en busca de algo que no estaba tan claro todavía. Carismático más que guapo, Lalo ofrecía a Marianela la posibilidad de una buena conversación antes y después de los placeres de la piel - que nunca fueron tan placeres para Marianela como los placeres de las papilas gustativas o los de descubrir a personas que de alguna forma, logran escapar de lo plano que suele ser todo en nuestro pueblo chico - una relación mucho más profunda que cualquiera que ella hubiese tenido en los años que intentó hacer las cosas de la manera que los otros le decían que se debían hacer.
No era ninguna niña Marianela cuando al fin sucumbió a los encantos de Lalo. Venía de una relación fallida que le había dejado dos hijos como innegable prueba de que, alguna vez, ella se había atrevido a amar. En el pueblo se daba como un hecho extensamente probado que Marianela no pertenecía a aquellos que sucumben a sus sentimientos. Lo de Lalo no era amor, o cuando menos no amor de aquel sentimental con el que todavía suelen soñar algunas incautas. A Lalo lo admiraba sobre todas las cosas. También venía él de una relación fallida, traía una hija como mejor evidencia de que no se amaba únicamente a sí mismo, como algunos mal hablados murmuraban.
Juntos habían compartido en los últimos años tantos y tan bellos momentos que aunque el hoy era más bien el de dos soledades compartidas; el recuerdo de un ayer tan cercano, los paseos con los niños y la niña cuando, cual piezas dispersas de distintos rompecabezas se habían hallado afines los unos ubicados junto a las otras. No es que intentaran jugar a la familia, que es otra ilusa obsesión de los que se quedaron a vivir en las estrechas casas de este pueblo chico, pero les resultó aquello de compartirse viniendo ellos y ellas de historias que no prometían terminar bien.
En un lugar tan chico, tan estrecho en sus cambios y tan asfixiante para la mentalidad de no pocos y pocas de las nuevas generaciones. no era extraño que Marianela y Lalo terminaran solos. Más solos que cuando se encontraron porque los niños y la niña crecieron lo suficiente como para intentar escribir sus propias historias apartados, a veces muy apartados de todo esto que a Marianela le ahoga y le angustia y a Lalo no hace sino avivarle su interés acerca de la psique de la gente. Qué poco puede llegar a saber la gente de aquellos a quienes juzga, de quienes señala resintiendo aquellas heridas que cotidianamente nos hacemos los unos a los otros sin terminar de comprender que la sensibilidad es un asunto poco conveniente cuando se ha aprendido a ocultar la fragilidad tras haber recibido heridas que el tiempo nunca pudo sanar.
La mayoría de las parejas que permanecen juntas en este pueblo ya no se aman. el amor es algo que los sentimentales han sobredimensionado. Marianela y Lalo, como la mayoría, permanecen juntos por costumbre. El respeto y la admiración parecen ser en la vida real lo más importante...Marianela todavía siente admiración por Lalo y la mayor parte del tiempo Lalo muestra respeto con los espacios y la obsesiva necesidad que tiene Marianela de buscar algo que no sabe muy bien qué es en el trabajo. Ambos son personas muy preparadas y de su racionalidad siente un indisimulado orgullo. Permanecen juntos a pesar de las variantes que suelen incidir en dos personas que comparten techo, cama y comida. Ellos han querido compartir la fascinación ante el conocimiento, la satisfacción de haberse alejado de todo aquello que alguna vez les hizo tanto daño y la certeza de que no hay peor cosa en un pueblo chico que tener ideas elevadas.
Comentarios
Publicar un comentario