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Las
canciones de ese amor de tú y yo con buenas letras y bellos arreglos estuvieron
siempre presentes en la obra de aquellos que el mercado se empeñaba en llamar músicos de protesta. Cantó canciones de
amor Violeta Parra, las cantó Víctor Jara, así como las cantaron Patricio
Manns y Silvia Urbina. Cantar al amor parece tan necesario como
cantar sobre la reivindicación de los postergados y ofendidos.
Los cantautores foráneos, cultores también
de un arte egregio a la vez que comprometido contribuyeron a la poesía de la
música consagrada al amor de pareja; cantaba Joan Manuel Serrat en
España, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en Cuba por nombrar a
penas a algunos que contribuyeron a juntar los caminos de las emociones de
aquellos que de tan revolucionarios se avergonzaban de aquel placer culpable
que al parecer escuchar canciones de amor es.
Ningún
contrasentido hay en conservar la conciencia social y emocionarse al escuchar
una buena canción de amor, muestra son para la mayoría de los incrédulos los
tangos y los boleros. Muy poco demoré en comenzar a escuchar las voces de la
otra parte de la humanidad que tenía bastante que decir sobre aquellos
sentimientos que en algún momento alcanzamos a sentir todos y todas.
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La
otra mitad de la humanidad también le ha cantado desde el principio de los
tiempos al amor. Nada difícil era darse cuenta que las mujeres cantaban al amor
muchas veces con una profundidad vedada a los hombres. En las emisoras de
amplitud modulada no pocas intérpretes pudieron complementar, a los oídos de
quienes las quisieran escuchar, aquella otra parte de la canción de amor.
Por supuesto que las cantantes solían
cobrarse revancha en sus canciones del persistente desamor al que la mayoría de
los hombres condena a la mayoría de las mujeres. Pudieron cantar su despecho y
sus cuitas de amor en nombre de las malqueridas Rocío Durcal, Ángela
Carrasco o Amanda Miguel por citar a las primeras que recuerdo en
materia de canción popular. Ellas cantaban a veces profundamente enamoradas, a
veces irremediablemente heridas por eso que no era raro que esas canciones
fueran así como una catarsis colectiva para las madres y las hermanas mayores
de nuestras poblaciones en los años del desamor.
Las canciones de entonces decían aquello
que en cualquier telenovela se puede oír decir, pero no era por falta de
inspiración o de argumentos en el discurso de las mujeres; muchas de aquellas
canciones fueron escritas por hombres – sensibles – pero hombres, al fin y al
cabo.
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Las cantantes de protesta,
como despectivamente les llamaban, tenían también lo suyo. En el caso del país
donde nací le cantó y mucho al amor la volcánica Violeta Parra, en
México cantó Amparo Ochoa convencida de que no hay mejor amor que aquel
que hace cómplices a hombres y mujeres en las cosas de la vida y de la lucha; Mercedes
Sosa transformaba en amor casi cualquier cosa que su voz se animaba a
cantar en Argentina y así podría seguir argumentando que pocas mujeres le
cantaron al amor con tanta belleza como le cantaron aquellas mujeres a las que
para nada les acomodó el papel de dolientes.
Mención especial merecen Chavela Vargas
que sin ser mexicana de nacimiento (lo que si era por convencimiento) ni
hombre, como se supone que debía ser para estar en primera línea en los
corridos mexicanos, situó con rotunda valentía su nombre entre quienes le
cantan al amor sin importar toda aquella tontera de los géneros o las clases
sociales y la venezolana Soledad Bravo que lo mismo cantó canciones
comprometidas como cantó salsas y boleros con aquella inigualable voz que de
manera tan bella demostró que las mujeres pueden ser con bastantes menos
prejuicios que los hombres sensibles a la vez que combativas y alegres a la vez
que reflexivas.
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