Conocí la historia de un argentino que desde niño sufrió por el
asma, que no es que fuera pobre pero tampoco es que fuera rico, que pudo ser
médico y que en un viaje en moto por los lugares de Sudamérica que no son
destinos turísticos, descubrió junto a un amigo que no podría ser doctor ni
gozar de sus privilegios mientras no pudiesen vivir de manera mucho más humana
los hombres, mujeres y niños que en aquel viaje habían conocido.
Supe que terminó de
comprender que los pobres en todas partes son más o menos iguales, que la salud
y los alimentos escaseaban, que la falta de estudios era y es caldo de cultivo
para males que de alguna manera se tenían que acabar.
Fue viajando que llegó
hasta México en donde conoció a otros que al igual que él, ya no podrían ser
tantas cosas que pudieron haber sido. Aquellos otros anhelaban también poner
fin a tanta injusticia en los países del continente. Entre ellos dos hermanos
cubanos; el mayor, nació o se auto convenció que nació para ser líder y
liderando todas aquellas ansias desembarcaron de vuelta en la isla de la que
habían sido expulsados por los magnates que entonces pensaban que la isla les
pertenecía.
Desde la sierra iban y
venían invencibles, inclaudicables hasta haber logrado el que era el primer
paso de un camino que inevitablemente sería muy arduo y largo. Cuando hubo
huido el títere que los magnates habían ungido dicen que, como presidente,
huyeron todos sin alcanzar siquiera a recoger las riquezas que habían
acumulado.
En aquella gesta el
argentino fue un compañero destacado. Negros, campesinos y mulatas no tardaron
en situarle incluso por encima de los otros nombres. Las tres letras que le
definían fueron uno de los pocos dialectos que podían entender intelectuales e
iletrados por igual. A pesar de todo aquello, el argentino, no conforme con lo
alcanzado, intento continuar con el camino que así mismo se había trazado.
Disimuladamente abandonó la isla para intentar establecerse en las montañas de
Bolivia. Pero esta vez la ignorancia y el miedo de aquellos a quienes pretendía
liberar, las perfeccionadas estrategias de los que cuidan de que el poder esté
siempre en manos de los mismos, convirtió ésta, su más fresca escaramuza en un
fracaso que pretendía demostrar que aquello de querer cambiar al mundo con
revoluciones es una pérdida de tiempo.
Lo capturaron en un
pueblo triste, como los hay tantos, llamado La
Higuera; lo fusilaron creyendo que terminaban con lo que ellos consideraban
patéticas ideas de justicia; pero las ideas del hombre que para entonces ya no
era ni argentino ni cubano eran demasiado grandes como para que aquellos que
ordenaron o aquellos que ejecutaron su muerte las comprendieran jamás. Por eso
fue que matándolo le dieron más vida, hicieron de las tres letras que resumían
su nombre fueran más universales que nunca, que las revoluciones cumplidos sus
objetivos se diluyeran en una historia donde los nombres de los asesinos no
siempre perduran y el tiempo ha querido, a pesar de las pataletas de aquellos
de quienes muy pocos recuerdan sus nombres, que el nombre de este guerrillero
que murió siendo poesía sea reconocido una, cien y hasta mil veces por quienes
amanecen a los intentos que los seres realmente humanos, andan haciendo cada
cierto tiempo, para otorgarle algo de dignidad a aquellos a las que a pesar de
tanta historia y tanta sangre se les sigue negando todavía.
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