La verdad es que leer cualquiera de los libros de Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido como Quino, es un regalo al alma de quienes habiendo nacido inconformistas, no buscan acabar con los que son distintos. Un regalo para aquellos que combaten desde la ternura sin dejar por ello de defender a quienes no combaten y que consideran inútil cualquier acto de ternura. Su creación más famosa, Mafalda, le hizo irremediablemente conocido por ser el creador de un mundo, que en su extensa carrera, abarca a penas desde el año 1964 hasta 1973 y que cohabitará con nosotros, junto a sus entrañables habitantes: Susanita, Felipe, Manolo, Miguel, Guille, el papá y la mamá de Mafalda...¿y cómo no? la mismísima Mafalda; quien en si misma es un mundo, un mundo ampliado y extendido a lo largo de los años por quienes reconociendo en ella un símbolo, pusieron en su boca palabras que su creador no siempre compartió.
Para bien o para mal Quino era bastante más que Mafalda, la que le otorgó a su creador un lugar más que merecido en el panteón de los inmortales. Entre sus maravillosos libros también podemos encontrar Mundo Quino (1964), A mi no me grite (1972), Ni arte ni parte (1981), Potentes, prepotente e impotentes (1989), Humano se nace (1991) y ¡Cuánta bondad! (1999) por nombrar sólo algunos. Una serie de ideas y reflexiones vueltas viñetas que nutren aquellas cada vez más ambiguas cosas a las que los que saben llaman alma y mente. Insisto en que adentrarse en la lectura de las obras de este creador es un regalo para quien decida otorgársela. Un paseo a lo largo, ancho y profundo de nuestra condición humana e hispanoamericana.
Leer a Quino era, es y seguirá siendo un poderoso remedio para el desencanto; su obra, acida...mordaz a la vez que tierna y profundamente libre; ciertamente que se constituye en si misma en un oasis para quienes no logran conectarse con los movimientos, las ideas y los discursos que guían, dirigen e insultan a quien se declara distinto. Sé que redundar en su humanismo no resultaría majadero para quien en vida se definía a si mismo como un humanista, reparar en lo profundamente pedagógicas que resultan ser sus viñetas, tanto para niños como para adultos, no es para nada descabellado. He tenido la mágica oportunidad de ver con mis propios ojos lo que provoca en algunos niños la lectura sobre todo de Mafalda. No cualquier niño o cualquier niña, no de una edad o una condición social determinada...es magia, encanto que únicamente produce aquello que nació para unirnos en medio de la desconfianza, el odio y ¿por que no? la ignorancia.
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